lunes, noviembre 21, 2005

Vuelan los pollos

Por un momento todo es obscuro. Puedes sentir claramente la vibración del pavimento. Conoces el olor, los sonidos de los carros; sabes cuáles pesan más, cuáles menos; cuáles van más rápido, cuáles más lento. No quieres abrir los ojos, aunque es cuestión de segundos tener que hacerlo. Por un instante, sólo por un instante, disfrutas, y te relajas. Después viene la rutina: sentir los pies, mover las manos. ¿Está todo en su lugar? ¿Nada esta roto? Los ojos se vuelven inevitables, abrir los malditos ojos. Como balde de agua fría llega la realidad. Ver el cielo, mirar el cielo para tomar un respiro, y, de un solo movimiento, intentar sentarse. Lo logras. Sabes que estás vivo, y que no tienes ninguna lesión grave. Quisieras sentirte relajado, sentir alivio, pero te sientes más impotente que nunca.

La bicicleta quedó a tres pasos tuyos. No parece tener daños graves. Qué daños graves puede tener un montón de pesados fierros como los de tú bicicleta. Son tantos los años, que ya no puede hacerse más lenta, más dura. De cualquier manera, nunca la cambiarías. Sabes que ya no podrías acostumbrarte a una bicicleta distinta a la tuya. Los pollos. Esos si te preocupan. Están regados por la calle, y si no te incorporas rápido, vendrán los perros a llevárselo. Tienes que levantarte. Tu cuerpo puede hacerlo, pero ya no sabes si tu mente quiera darle la instrucción. Quizá prefieras quedarte sentado, contemplado la banqueta. Y que lleguen los perros, y se lleven los pollos, y que de paso te muerdan, y te dé rabia, para de una vez por todas acabar con el sufrimiento.

Cholita. Que puede hacer Cholita sin ti. Son 40 años los que lleva a tu lado. Siempre dispuesta, siempre alegre. No es su culpa que le haya dado esa maldita enfermedad, que no le permite siquiera tomar un vaso de agua sin hacer un tiradero. No es otra cosa que el sufrimiento acumulado, lo sabes. Tú tampoco tienes la culpa, siempre haz hecho tu mejor esfuerzo, en el fondo lo sabes; pero ella no tiene a nadie más en la vida. Si aquellos ingratos hubieran entendido a tiempo, ella no estaría así. Años de trabajo, medicinas, libros, comida.... para que al final buscaran el camino fácil. ¿Cómo iban a conformarse con ser hijo del pollero? ¿En verdad tuviste la culpa por no poder ser otra cosa que un vulgar pollero en bicicleta? ¿Es acaso un requerimiento para vivir ser más que un pollero? La muerte y la carcel. ¿Cuántas noches has perdido en decidir cuál es peor? El sólo recuerdo de ver a tu hijo consumido, destrozado, desquiciado. Lleno de no sabes tú cuantas mierdas- Solo, totalmente solo. Él, que un día llego con un carro, con un carro. Él, que cambiaba de novias, que jugaba como un dios al beisbol. Él, que supo leer y escribir desde los seis años. Desde los seis años. Al pequeño, no lo quieres traer a la memoria. ¿Fue la juventud? ¿Fue el destino? Nunca fumó, nunca tomó, limpio de drogas, parecía que buscaba un camino distinto. Boom! Fue sólo un instante. Nunca supieron el por qué de tal acto de cobardía. Sólo supieron del dolor, del tremendo dolor de un hijo que no se quiso a sí mismo.

Te levantas. Nadie se ha movido, nadie se ha acercado, ni siquiera los perros. Un raspón más. Nada roto. La bicicleta completa. Recoges los pollos, han quedado cerca. Tardarás un poco más, porque tendrás que lavarlos. -¿Por qué tan tarde hoy Don Juan?- -Ya ve, es que luego tardan mucho los del expendio, Doña, ya ve que siempre voy al bueno, al de los meros pollos frescos...-